Es verano y los músicos se sienten felices y orgullos de alegrar a las gentes que disfrutan del solo y el calor. Comparten instrumentos y se enseñan unos a otros compases nuevos. Preocupados pero hospitalarios acogen a un hombre desnutrido y desaliñado que solo lleva consigo una cesta y una flauta. Empieza a tocar sin moverse casi, la melodía es suave, apenas se oye. La cesta se abre, y aparece un ser curvilíneo de escamas brillantes, los músicos que son sabios sienten temor porque comprenden: las serpientes no son peligrosas por su veneno sino porque su belleza hipnotiza y paraliza toda actividad. El faquir sigue tocando y la serpiente se para. Sí la serpiente se para porque se ha enamorado. El sonido de la flauta es hermoso y la serpiente se relaja; ni siquiera a los reptiles les gusta matar. El faquir y la serpiente dialogan en el idioma escrito en los pentagramas, la serpiente le dice al faquir usando sus ondulaciones que solo quiere dormir. Un par de notas más y vuelve a su cesta.
El faquir le explica al resto de músicos como deben tocar:
“Hay mujeres sinuosas y seductoras como serpientes que sufren la soledad de los reptiles y solo descansan cuando se las canta”
Los músicos meditan sobre ello e incorporan la experiencia y las palabras a los ensayos.
Fue un gran concierto, realmente especial, todos los participantes bailaron libremente cada uno a su manera y a los concertistas les explotaba el pecho de su razón de existir
Que las estrellas protejan a los músicos de palabras balsámicas: tú eres uno de ellos, Arturo Perez Jimenez, te mereces que los ríos te bañen y tú corazón lata siempre con orgullo y fuerza: y en realidad esto está pasando ya, si, así es.